Historia de la artesanía en la isla de La Palma

UNA MIRADA ATRÁS

La vida cotidiana del aborigen palmero ha dejado muestras de los útiles empleados en su quehacer diario, siendo las cazuelas de barro y arena los más abundantes, junto con los molinos circulares de piedra volcánica y los trabajos de palma.

Nuestros antepasados prehistóricos, los benahoritas, vivían en cuevas en los cauces de los barrancos y cabañas de piedra. Elaboraban recipientes de barro sin torno. Su desconocimiento del mundo textil era absoluto, vistiendo exclusivamente con pieles de animales. Fabricaban utensilios en materiales variados y con técnicas rudimentarias; abundaban los realizados en piedra, madera, arcillas, pieles y conchas marinas. 

En el siglo XVI La Palma asume los usos y costumbres de Europa. Pocas son las crónicas que proporcionan datos sobre el vivir cotidiano. Hay, sin embargo, una de gran valor, Saudades da terra, del viaje portugués Gaspar Frutuoso, que visitó La Palma a mediados del siglo. En ella pueden leerse: “La mujer aborigen, guerrera, se convirtió en mansa oveja, afable y conservadora, casada con portugueses y castellanos”. Refiriéndose también a esta sociedad dice “Todos son criadores de cabras y ovejas, comen gofio de trigo y cebada, amasándolo en aceite, miel y leche, en tostadores que hacen de barro muy liso”. Es la primera referencia que se conoce a la pieza concreta de la loza popular palmera. 

Los aborígenes, según indica Frutuoso, se incorporan a las nuevas costumbres importadas: “Bordan bien, pero casi no saben hilar y tejer, cosa que dejan para las portuguesas (…) Saben hacer camisas, pespuntar jubones, bordan almohadas y hacen otras de red muy costosas…” La cita remite, pues, a las múltiples referencias que en el siglo XVI llegaron de fuera. También el investigador palmero José Pérez Vidal, en su trabajo Los portugueses en Canarias (1991), recoge la terminología, de claro origen portugués, de las piezas del telas palmero, demostrando que aún hoy, pasados cuatro siglos, se mantienen en uso las voces de denominación de la mayoría de ellas. 

En el siglo XIX, el viajero y arquitecto francés Adolphe Coquet se pregunta en su libro ‘Una excursión a las islas de Canarias’: “¿Este talento industrial proviene de una raza particular establecida en La Palma? En el siglo XVI los flamencos, aterrorizados por el duque de Alba, fueron deportados en gran número a esta isla, donde sus descendientes prosperaron. Quizá proviene de ellos ese sentido empresarial que distingue a esta población del resto del archipiélago”.

A lo largo de los siglos XVII y XVIII, la artesanía ocupa todavía un papel  fundamental en la vida diaria de la isla. Son tiempos duros para los palmeros. El arte religioso sigue desarrollándose gracias a las donaciones de hacendados de la isla y a legados de emigrantes de fortuna, que provocan el establecimiento de numerosos talleres artesanos. Imagineros, retablistas, doradores, canteros, orfebres y otros artistas trabajan en estas obras, creando un legado que aún hoy perdura y contribuyendo a mantener la débil economía palmera. 

Entre 1775 y 1779, en La Palma había 3.000 telares, lo que equivaldría a más de un telar por familia. Este dato adquiere todavía mayor importancia si tenemos en cuenta, que en esa misma época, la isla de Tenerife contaba con 44 telares. Gran parte de los telares palmeros se dedican a la elaboración de piezas de seda, que en aquellos momentos constituye una aportación importante a la actividad de la economía de la isla. 

No obstante, la falta suficiente de materia prima, lana y lino, impidió aspirar a un desarrollo textil importante. Este hecho preocupó a comerciantes y políticos, que encontraron en la Sociedad Económica de Amigos del País inquietudes. Como respuestas, se intentó propiciar un desarrollo de la producción de lino, lana, algodón y seda, que no llegó a consolidarse. La propia industria textil popular tenía problemas a causa de las masivas importaciones de lana inglesa y lino alemán. Todo ello hizo que, a finales de XIX, decayeran los textiles de la isla. 

LA ARTESANÍA PALMERA HOY

Es obvio que los trabajos artesanos palmeros han sufrido un retroceso en su utilización diaria y se han convertido en muchos casos en objetos de regalo y decoración, que se valoran y aprecian. Con todo, la artesanía palmera está viva, se sigue utilizando cotidianamente. 

Las labores artesanas se realizan normalmente a tiempo parcial, compartiéndolas con las faenas propias de la casa y el campo. No resulta fácil vivir exclusivamente de ellas. Son procesos lentos, en los que no se miden las horas, sino la calidad del resultado final. Los artesanos palmeros, en su mayoría, y por fortuna, no han caído en la tentación de simplificar su trabajo para lograr piezas turísticas y baratas. 

La mayoría de artesanos carece de talleres propiamente dichos, realizando el oficio en cualquier rincón de su vivienda o en el patio. 

Algunos afirman que la artesanía en La Palma está en vías de convertirse en una forma de vida pasada, en un sector museístico y seudofolclórico, sin más perspectivas que la curiosa estampa ferial de personas mayores resignadas a que su oficio acabe perdiéndose. Sin embargo, en los últimos años desde el Cabildo Insular de La Palma se ha observado un mayor interés por los trabajos artesanos; se han impartido y se imparten cursos de formación en diferentes disciplinas, han comparecido en ferias y exposiciones de artesanos en todos los municipios, entre los que destaca un número importante de jóvenes, se ha incorporado, en un porcentaje habitual, el hombre a las tareas artesanas; se ha incrementado las ventas y, sobre todo, se ha despertado una gran sensibilidad por todo lo que se hace manualmente y es, a la vez, artístico, duradero y de calidad.

Texto: © «Guía de artesanía La Palma». Myriam Cabrera, María Victoria Hernández y Vicente Blanco