Barro

Los restos cerámicos hallados en los distintos yacimientos arqueológicos de La Palma atestiguan una cerámica diferente a la encontrada en otras islas del archipiélago canario. su gran belleza y riqueza ornamental hablan de una civilización desarrollada y perfeccionista, de la que aún hoy se conservan técnicas para el moldeado del barro. Las vasijas encontradas ofrecen, cuanto menos, tres tipos diferenciados de cerámica: la lisa, sin decoración alguno, pero con unas formas bellísimas de gran elegancia; la de metopa, con incisiones acanaladas de líneas rectas verticales o verticales y horizontales; y una tercera, con una ornamentación profusa, incisiva, a base de círculos, espirales, puntos y rayas.

La actividad humana se inscribe en el medio, utilizándolo de acuerdo a sus posibilidades y necesidades. Un claro ejemplo de ello es la cerámica popular, que en La palma tuvo una fuerte implantación rural, destinada a la producción de vasijas para uso cotidiano; de ahí que en ocasiones se perdiera en estética lo que se ganaba en funcionalidad. Para ello utilizaban masapé, barro fino y pegajoso, e distinta composición, procedente de comarcas arcillosas de la isla, como Tijarafe, Puntagorda, Barlovento y Garafía.

Una pieza fundamental y peculiar del barro palmero fue el molde de forma cónica que servía para elaborar la repostería conocida como rapaduras, que ha dado fama a la isla.

Hoy en día el oficio es compartido por hombre y mujeres, cuando tradicionalmente eran manos femeninas las que se dedicaban a él. Otra de las características del barro palmero, al igual que sucede con la alfarería tradicional de toda Canarias, es la ausencia de torno para levantar las piezas.

Reproducción de piezas aborígenes

La cerámica aborigen de La Palma, es sin duda, la más fina y elaborada de Canarias. Sus cuencos de fondo cilíndrico, de paredes rectas o globulares, van adornados con incisiones que forman dibujos de gran belleza y armonía. Éstos remiten al benahorita que las hacía, un verdadero artista de espíritu creativo.

El barro que se trae de Puntagorda, Garafía y Tijarafe, amasado con agua y arena, es el elemento básico. Una vez hecha la mezcla se trabaja por el método del urdido, que consiste en subir la pieza mediante churros unidos unos con otros. Después se pone a orear durante uno o dos días, antes de rasparlas para darle la forma definitiva. El siguiente paso es el pulido con agua y un callao. Posteriormente se deja secar el cuenco, hasta que adquiera la textura de cuero, para luego dibujar en él mediante incisiones y sacarle brillo con un callao muy fino, después de untarlo con grasa o, actualmente y por comodidad, con petróleo. Cuando la pieza se seca, se introduce en el horno para su cocción, hasta que alcanza la temperatura de 700 grados centígrados. Su característico color negro se consigue por reducción, bajando la temperatura del horno, lo que libera carbono y óxido de carbono, produciendo una gran humareda.

En la cerámica negra se reproducen, sin torno, las técnicas prehispánicas, con incisiones en forma de espirales, círculos, semicírculos y rayas que se entrecruzan; solo el fondo exterior del gánigo permanece, en algunos casos, sin decoración.

 

Loza popular

Se limpia el barro, se le echa agua y se mezcla con la arena, para que no se raje, y a continuación se trabaja y se mezcla hasta crear una bola de barro.

El tostador, el brasero, la talla, el caldero, el cuenco, el gánigo o la cazuela que se crea con el barro se debe dejar secar a la sombra una semana, para después bruñirlos con agua y un callao de la mar. Posteriormente se procede a la quemada a fuego directo.

Texto: © «Guía de artesanía La Palma». Myriam Cabrera, María Victoria Hernández y Vicente Blanco