Una vez introducido el telar en la isla en el siglo XVI, las telas sirvieron para vestir a sus habitantes, utilizando el lino y la seda para las prendas más finas, y la lana como elemento de abrigo.
Fueron las mantas de lana, tejidas a dos y cuatro lizos, las que ayudaron a pasar el inverno al campesino palmero, y las monteras de ala, e este mismo material, las que preservaban a los hombres del frío de los alisios.
El telar ocupó un lugar importantísimo en la ejecución de las dotes de las jóvenes casaderas. Además de los vestidos, con lino se hacían sábanas y los paños para llevar al campo. También se fabricaban con lino los sacos para recoger y guardar el trigo, la cebada o el centeno, y para llevar la molienda al molino y traer los cereales convertidos en gofio, así como las alforjas para transportar al campo la comida o el grano que se iba a sembrar. Con los desechos de las telas se tejían traperas, que servían de mantas. Con los desperdicios de los capullos de seda, teñidos con grana, gualda, orchilla y otros productos naturales, se confeccionaban preciosas colchas de flores o tachones, peculiares de La Palma.
La seda, la fibra más preciada, sirvió para palios, casullas y capas pluviales y dalmáticas, que ayudaron al ornamento de los templos, y vistió de gala a las campesinas en los días grandes del año. Por todo ello, había un telar en cada casa.
La climatología y los recursos naturales contribuyeron en la isla la seda, el lino, la lana y las traperas, que más tarde, y dada la perfección que en algunas zonas alcanzaron los artesanos en el ejercicio de esas tejedurías, se reducen a tres focos principales: el de la seda, que queda ubicado en El Paso; el del lino, en Breña Alta, Breña Baja, Villa de Mazo y Garafía; y el de la lana, en Garafía. La trapera, como tejido más popular, se localiza prácticamente en todos los municipios de la isla.
La artesanía textil en su conjunto ayudó, tal vez más que ninguna otra, a envolver la vida palmera en una cotidiana belleza.
Los bordados ocupan un capítulo fundamental dentro de la rica y variada artesanía palmera. Aplicado a los trajes tradicionales, mantelerías, ornamentos de iglesias, ajuares domésticos y otros usos, dan testimonio de una tradición singular, convertida en una importante fuente de ingresos que ofrece la posibilidad de un desarrollo creativo al elevado censo de artesanos que participa en su ejecución.
Tres son los tipos de bordados más frecuentes en la isla de La Palma: Richelieu, realce y punto perdido.
Richelieu: tradicionalmente realizado en blanco o beige, se caracteriza por sus presillas o festones, unidos entre sí por otra presilla en el aire que, una vez recortada la pieza, le proporciona una elegancia inconfundible.
En el realce se bordan motivos muy rellenados, con puntos derecho u oblicuos, perpendiculares a los puntos del relleno; se emplea especialmente en el bordado de flores, hojas e iniciales.
El punto perdido se hace a base de puntadas superpuestas progresivamente, que producen, por la intensidad del color del hilo, el diferente matizado.
Con la incorporación de La Palma a la Corona de Castilla, a finales del siglo XV, llega a la isla estas técnicas textiles, procedentes de Portugal y Andalucía. Hoy en día, después de más de cinco siglos, el tiempo parece no haber pasado por la artesanía de la seda y hoy todo su proceso, único en Europa, sigue siendo totalmente manual.
Hoy en día esta antigua artesanía palmera se mantiene en el taller de Las Hilanderas El Paso, municipio sedero por excelencia y el último reducto en Europa en conservar el proceso totalmente manual.
Ahora, al igual que hace cientos de años, la seda se sigue hilando mediante un ancestral y primitivo sistema: en una caldera de cobre, puesta a fuego directo, se echan los capullos y, cuando la ebullición del agua alcanza su punto, la sacadora de seda tira de los hilos, que la hebra lleva a un torno antiguo, donde el tornero dando vueltas a una manivela va formando una madeja.
El azul intenso del lino inundaba los huertos palmeros llegado el mes de mayo. El espectáculo de sus rectángulos verdeazulados era, es donde aún queda, de una abrumadora belleza. Otra vez en esta isla, la utilidad unida, de una forma natural, al más depurado sentido estético. Porque era bello y era cotidiano.
Hoy en día casi nadie elabora lana en La Palma. Tampoco los rebaños de ovejas abundan en la isla, a excepción de El Paso y Garafía. Sin embargo, las prendas de lana han formado parte del vestir cotidiano hasta la primera mitad del siglo XX. Rara era entonces, en el medio rural, la familia que no tenía unas cuantas ovejas. De ella se aprovechaba el estiércol para los sembradoss, la leche para hacer queso y la lana para tejer trajes, mantas, faldas, medias, monteras…
El proceso de transformación de la lana se hacia todo en casa. Se trasquilaban las ovejas, se lavaba la lana con jabón y luego se tendía al sol sobre un paredón (piedras una encima de otra) para su secado. Las abuelas la escarmenaban y la hilaban. Para ello, colocaban un copo de lana en una rueca, hecha de caña o de madera, rajada en un extremo. De allí se pasaba al huso, con el que se hilaba. Después se hacían madejas y se lavaban nuevamente, quedando la lana preparada para ir al telar, bien en su color, bien teñida con tintes naturales.
El croché o el ganchillo es una de las actividades artesanas más fáciles y agradables, además ofrece resultados rápidos en sus diversas aplicaciones.
El croché se practica en toda la isla, aunque la inmesa mayoría de las mujeres que lo practican lo hacen para su propio consumo, sin destinarlo a la venta. En algunas zonas de La Palma se han rescatados diseños tradicionales en juegos de cama, manteler de altar, cortinas, colchas y puntilas, a los que se han incorporado aportaciones foráneas en diseño y calidad.
En los hogares palmeros no se desechaba una sola tela, por muy gastada que estuviera. Con ellas, convertidas en tiras, se tapa la urdimbre para hacer las traperas. También pueden hacerse con telas nuevas.
Alfombras, cortinas, mantas, bolsos, mochilas, tapices, colchas, se han elaborado y siguen elaborando con esta técnica.
El frivolité viene a ser una continuación del croché o ganchillo. Se compone de nudos y barquillas, que forman anillos, círculos o semicírculos. La distribución de esas figuras produce las diferentes clases y dibujos. Su nombre es de origen francés, y ha sido adoptado en casi todos los países de Europa. Se ejecuta sobre almohadilla dura, o directamente sobre la mano, con una lanzadera de hueso o madera, compuesta de dos láminas en forma de aceituna alargada, unida por el medio, y con los extremos puntiagudos.
El hilo empleado varía según la utilización que se dé a la pieza elaborada, que puede ir desde los pañuelos de seda hasta los adorno del ajuar de un recién nacido.
El término macramé ha sido aplicado a ciertas labores que se confeccionan mediante nudos y el trenzado de los hilos. El macramé es uno de los trabajos artesanales más interesantes y más variado, ya que puedo aplicarse a la ornamentación de gran diversidad de objetos. Además, resulta de una solidez a toda prueba, lo que contribuye a generalizar su empleo. Para su ejecución solo se exige hilo y una simple almohadilla.
El macramé, en espacial el fino, aparece profusamente en numerosas labores, destacando las toallas, colchas, mantones y otras prendas de vestir. Al igual que sucede con el croché, la facilidad de su ejecución lo ha convertido en una parcela muy importante de la artesanía palmera.
La riqueza de los trajes tradicionales palmeros viene dada, en primer lugar, por la diversidad de microclimas que conviven en la isla, propiciados por la singularidad orográfica de la misma. La adaptación de los trajes al clima y a la actividad diaria, así como el uso de los materiales existentes, han marcado hasta no hace mucho el vestir de la sociedad palmera.
A grande rasgos, la vestimenta tradicional de La Palma puede agruparse en tres estilos diferentes: trajes de gala, de faena, y manto y saya.
Seda, lana, lino, piel; sombrero, calzado, botones; bordados, maraña y tintes naturales… constituyen la aportación de la artesanía palmera a la elaboración de los trajes tradicionales de la isla.
Oficio que consiste en la confección de uno de los complementos del vestido tradicional masculino: la Polaina. Es una pieza parecida a un calcetín que cubre la pierna por debajo de la rodilla hasta el empeine. Las polainas tradicionales se realizan con hilo de lana y se tejen con cinco agujas de punto, para que quede la pieza entera y sin costuras.